viernes, 11 de julio de 2008

"NO HAY BELLEZA EXQUISITA, SIN ALGO DE EXTRAÑO EN LAS PROPORCIONES"




Juro por mi alma que no puedo recordar cómo, cuándo ni siquiera dónde la conocí pero si, hay un punto muy caro en el cual, sin embargo, mi memoria no falla. Es su persona, era de alta estatura, delgada. Sería envano intentar la descripción de su majestad, la tranquila soltura de su porte o la inconcebible ligereza y elasticidad de su paso. Su voz era dulce, profunda, musical como la briza nocturna que juega en los arboles. Pero ninguna mujer igualó la belleza de su rostro. Era el esplendor de un sueño de opio, una visión aérea y arrebatadora, más extrañamente divina que las fantasías que revoloteaban en las almas adormecidas de las hijas de Delos. Sin embargo, sus facciones no tenían esa regularidad que falsamente nos han enseñado a adorar en las obras clásicas del paganismo. "NO HAY BELLEZA EXQUISITA, SIN ALGO DE EXTRAÑO EN LAS PROPORCIONES" -dice Bacon, refiriéndose con justeza a todas las formas y géneros de la hermosura-" No obstante, aunque yo veía que las facciones de ella no eran de una regularidad clásica, aunque sentía que su hermosura era, en verdad, "exquisita" y percibía mucho de "extraño" en ella, en vano intenté descubrir la irregularidad y rastrear el origen de mi percepción de lo "extraño". Examiné el contorno de su frente alta, pálida: era impecable -¡qué fría en verdad esta palabra aplicada a una majestad tan divina!- por la piel, que rivalizaba con el marfil más puro, por la imponente amplitud y la calma, la noble prominencia de las regiones superciliares; y luego los cabellos, como alas de cisnes, lustrosos, exuberantes y naturalmente rizados, que perfumaban todos los recintos de mi alma. Miraba el delicado diseño de la nariz y sólo en esculturas atenienses he visto una perfección semejante. Tenía la misma superficie plena y suave, la misma tendencia casi imperceptible a ser aguileña, las mismas aletas armoniosamente curvas, que revelaban un espíritu libre. Contemplaba la dulce boca. Allí estaba en verdad el triunfo de todas las cosas celestiales: la magnífica sinuosidad del breve labio superior, la suave, voluptuosa calma del inferior, los hoyuelos juguetones y el color expresivo; los dientes, que reflejaban con un brillo casi sorprendente los rayos de la luz bendita que caían sobre ellos en la más serena y plácida y, sin embargo, radiante, triunfal de todas las sonrisas. Analizaba la forma del mentón y también aquí encontraba la noble amplitud, la suavidad y la majestad, la plenitud y la espiritualidad de los griegos.Y entonces me asomaba a los grandes ojos de bere. Para los ojos no tengo modelos en la remota antigüedad. Quizá fuera, también, que en los ojos de mi amada yacía el secreto de su maxima belleza………………continuara……………….


Edgar Allan Poe + L.M.G